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Casi cada tarde, al llegar a casa del trabajo, me siento en mi sillón y mi celular y yo nos convertimos en uno mismo: entramos a un universo con miles de imágenes chiquititas de productos que me gustaría comprar: zapatos, vestidos, maquillaje, muebles, joyería, bolsas… Imagino cómo sería mi vida si comprara esos lentes de diseñador, a dónde iría para estrenar esa chamarra de piel. A veces pierdo la batalla y hago clic en ‘Comprar’, pero normalmente solo pierdo el tiempo y scrolleo por horas en ese mar infinito de objetos y prendas innecesarias. Todo mientras un clóset lleno de cosas perfectamente bien conservadas me espera en el cuarto de al lado.
Las redes sociales y las compras en línea nos han ido empujando poco a poco a ese océano de consumismo. Claro, antes teníamos revistas de moda, comerciales y películas para inspirarnos a comprar, pero la diferencia en los hábitos de consumo me parece abismal. Lejos quedaron los años en los que si querías algo tenías que pensarlo por varios días hasta poder ir al centro comercial a comprarlo. Ahora todo está al alcance de un clic y hasta se puede diferir en pagos para mayor comodidad.
También aquí entra la parte de la dopamina: esa sensación de calma y felicidad que sentimos momentáneamente al comprar algo. La expectativa de que tienes un paquete en camino se compara, supongo, con esperar una carta de tu enamorado en la era victoriana. Estamos cansados y sobretrabajados, así que intentamos calmarnos y llenar ese vacío comprándonos algo aunque sea chiquito e innecesario. Porque claro que nos lo merecemos, ¿no?
Y es que el problema no es comprar, sino cómo y por qué lo hacemos. Cuando las compras se vuelven una forma de distraernos, calmarnos o recompensarnos en lugar de llenar una necesidad real, llega el sobreconsumo. Es ahí donde conviene hacer una pausa, observar nuestro comportamiento y buscar formas más conscientes de consumir.
En resumen, no se puede combatir el sobreconsumo con culpa, sino con honestidad y autorreflexión. Esto no se trata de renunciar completamente a las compras, sino de hacerlo desde un lugar abierto, evitando (dentro de lo posible), caer en presiones externas y, con miedo a sonar muy cursi, apreciando que lo que en realidad nos da valor como no son las cosas materiales, sino lo que somos y cómo tratamos a los demás.
Lila Miller Espinosa
Directora editorial de Bonita Semana
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